El viernes 9 de Noviembre de 2018 fue la última vez que platiqué largo y tendido con el César. Fue un road trip desde su chante en La Carola hasta el Museo comunitario de Ocuituco.
Un viaje que si fuera una película, la sinopsis corta fuese: Camino a un lugar, dos compas no tan jóvenes y chilletas, se quejan por hora y media de lo maldito difícil que es hacer cine independiente en México, sin saber lo que les esperaba a su regreso.
Ese era un tema que había explotado infinidad de veces con distintas personas. Con César fue diferente porque él tenía el recorrido y la experiencia necesaria para hacerme creer de una vez por todas que el cine no era para mí; o bien, que sólo me hacía falta más terquedad. Lo desastroso para mí fue escuchar que para ese entonces, ambos andábamos en una sintonía bastante triste en cuestión de decisiones humanas y profesionales.
Nos quejamos de los millones de pesos que el Estado le otorga a los largometrajes mexicanos frívolos, estúpidos y clasistas pero apadrinados y seguros del cash en taquillas. Nos confesamos de no saber si invertir nuestro tiempo y poco dinero en otro ambiente y alejarnos del cine para algún día retornar recargados.
Presumimos, como paréntesis, nuestros logros con los jóvenes alumnos en los talleres impartidos en muchos lados. Satisfacción que se borró tan rápido con un suspiro.
En cada pausa, el César agarraba su celular y grababa el movimiento del pasar de los árboles con un casi atardecer de fondo. Ese día presentábamos sus Nahuales ante un público que conocía o había sido participe en los testimonios de su documental. Entonces empezamos con las anécdotas, me contó muchas cosas y le pregunté otras tantas de sus rodajes, lo que apaciguó el pedo que traíamos y nos enderezó el hocico torcido del coraje con algunas risas.
Ya cerca de nuestro destino y con el Popocatépetl de frente, el César volvió a sacar su celular para grabarlo, le ofrecí detenerme para que no le molestara el movimiento pero se negó y agradeció.
Llegamos a nuestro destino, casi a la hora exacta. Había poca gente pero eso no mermó su temple siempre optimista y orgulloso cuando se trataba de sus películas. A los diez minutos, la sala estaba llena; como siempre lo lograba. Desde que lo conocí en 2006 con su presentación de En La Arena, su tesis documental, el César siempre abarrotó las salas del Cine Morelos cuando había premier del Colectivo Movimiento.
Durante la función no dude en fotografiarlo viendo su película. Con obviedad se retrató la seguridad que sentía de lo que hasta entonces había hecho, pues esa noche, estaban por venir muchas cosas lindas desde la voz de los asistentes. Risas, asombro y cuchicheos se escucharon de la gente a lo largo de la película.
César había logrado una vez más conectar con la gente a través de sus historias, los había hecho vivir y sentir con su cine, hasta a mí me había hecho sentir pavoneado por dedicarme a la exhibición de cine en comunidades.
Al final, el aplauso fue absoluto. César se paró y fluyó en palabras como sólo el sabía. La gente lo escuchó y compartió sus felicitaciones, le compartió también más historias para que él las llevará a la pantalla así de bonito. César, agradecido siempre, aceptó y también escuchó, ansioso, nervioso y gustoso. Se ofreció con talleres de cine y más funciones, agradeció al cineclub Ocuituco y empezó famoso con las fotos.
Saliendo nos invitaron pizzas para cenar y platicar, la atención para el director morelense fue humana y cálida, así como él y así como en Ocuituco. Emprendimos el regreso a Cuernavaca como eso de las diez y media de la noche, rumbo a su chante en La Carolina. Nos subimos al carro empachados de pizza y satisfacción, y así todo un viaje de vuelta lleno de motivación y seguridad de que lo que hacíamos era necesario y reconfortante, había sido una función que devolvía el espíritu perdido.
En el camino todo era disfrute, le compartí mis proyectos y le dije lo que su cine ha significado en mí. Cuando era estudiante de la Facultad de Artes, Colectivo Movimiento era la vara con la que media ingenuamente lo que producíamos. Que hoy, es un referente que nutre lo que hago y estoy por hacer. Que había encontrado en su quehacer cinematográfico un espejo de lo que yo creía y quería del cine pero no lo sabía. Un cine responsable, personal, independiente y socialmente comprometido.
Colectivo Movimiento era la vara con la que media ingenuamente lo que producíamos. Hoy, es un referente que nutre lo que hago y estoy por hacer.
Lo dejé justo en la puerta de su casa, con todo y su eterno café en mano, su gorrito cubriéndole la chompa y una bufanda sobre el pescuezo. – Gracias Carlitos, estuvo chido. Ahí estamos. Con cuidado.- me dijo. – Gracias a ti carnal, descansa.- Le contesté. De ahí, nos vimos un par de veces antes de terminar el año, donde nos saludamos y abrazamos y seguimos rápido los caminos de ser profesionales.
En este año supe de él hasta las 8 am del 23 de Enero. Había fallecido repentinamente y yo no sabía porqué. Incrédulo, me apure a alistarme para estar con él. Al llegar y saludarlo ya tendido lo imaginé. – Carlitos, parece mentira verdá que sí?- me dijo. – Ojalá que sí carnal.- Le contesté. Desde ese momento no pude sacarme de la cabeza ese recorrido por carretera que ahora les cuento.
Al llegar y saludarlo ya tendido lo imaginé. – Carlitos, parece mentira verdá que sí?- me dijo. – Ojalá que sí carnal.- Le contesté.
Al contrario de nosotros los “cineastas”, la muerte no contempla presupuestos, le dan lo mismo las historias burdas y banales que las sesudas y comprometidas. Al contrario de aquel viernes de noviembre, hoy su ausencia me empuja a seguir por donde voy para hacer lo que me apasiona, a dejar de quejarme para agasajarme de lo que hago y con quien lo hago.
Meses antes, lo dije al presentar una de sus películas en un cineclub comunitario. En Morelos hay un antes y un después del Colectivo Movimiento. Antes, conozco muy poco, casi nada. Después, hay un resto y yo he hecho un poco. Deja una filmografía extensa y obligada para quien se atreva a producir como él, o quiera hacerlo mejor que él. Una memoria audiovisual interesantísima para el trabajo con y para la gente; su gente.
Al César…
Soy ateo y creo en las personas, pero me gusta eso de imaginar que el cielo esta poblado de guardianes de la bondad y la nobleza. Dirígenos desde arriba, ayúdanos a fortalecer el gremio, enséñanos a ordeñar la apatía y a tirarla con todo y balde para que renazca la empatía. Oblíganos a dejar de competir de manera insana y a producir con lo que tenemos. Oríllanos a trabajar como tú lo hacías.
Gracias por platicar y compartir, gracias por tu cine. Fue un gustazo güey.
Por Carlos Rodríguez.