Boyhood es una de las películas con más nominaciones al Óscar, obteniendo seis de ellas incluyendo: Mejor Película, Dirección, Edición, Guion Original y por la participación de Ethan Hawke y Patricia Arquette como mejores actuaciones de reparto.
Escrita y dirigida por Richard Linklater, “Boyhood“ tomó 45 días en el transcurso de 12 años para filmar la película. El director iba formando una carrera mientras rodaba unos pocos días cada año para confeccionar una obra épica. Esta película cuenta la historia del crecimiento de un niño hasta convertirse en un joven adulto, la relación con sus padres y la dinámica familiar siempre cambiante.
Narrada por los ojos de Mason la película reconstruye la realidad y vuelve a la vida un pasado reciente; los cambios son notorios en diversos aspectos, como lo son los atuendos, los peinados, los programas de televisión, las celebridades y la evolución de la tecnología con los video juegos y los celulares. Estos cambios sucedieron durante una década y han desfilado frente a nuestros ojos, aunque nos parecieran casi imperceptibles.
Hay un recurso que influye directamente en la narrativa cinematográfica y funciona como apoyo para marcar el transcurso del tiempo: el uso de la música. El largometraje abre con “Yellow” de Coldplay y termina con “Deep Blue” de Arcade Fire. Entre estas dos canciones se abre un gran abanico de música, durante las cerca de tres horas que dura la película, con canciones de The Hives, Blink 182, Cat Power, The Flaming Lips, Phoenix, Foo Fighters, Kings Of Leon, The Black Keys, Foster the People, entre otros.
La cinta tiene un realismo indiscutible, el transcurso del tiempo es el tema principal, no sólo de su producción, sino también en mensaje y contenido de la película. Las actuaciones ocurren con tal naturalidad. Las secuencias nos hablan de una manera distinta de otras películas de ficción, al verla nos convertimos en espectadores de una exploración de la condición humana. La separación, las mudanzas, las dificultades, el amor, los vicios, la desesperanza. Contemplamos el camino atropellado de la adolescencia y la manera en que transmuta la realidad de los padres, desde su condición inicial, experimentando los altos y bajos hasta llegar al final de la cinta; para entonces percatarse con asombro de la brecha entre el pasado y el presente.
El mensaje que nos transmite es bellamente retratado con simpleza y en un par de frases nos comunican la naturaleza del presente. Un momento trae consigo al siguiente, es una constante que otro instante nos invada y parafraseando las palabras del protagonista: “parece ser que siempre es ahora”.
