Pasaba del medio día aquel ya recordado 19 de septiembre en México, y desde Axochiapan Morelos, surgió la sacudida que despertó a toda una generación criticada, mal vista y subestimada denominada ‘Millenials’.
Un caos vial acorralaba toda la zona afectada, CDMX, Morelos y Puebla clamaban un grito acompañado de desesperación, incertidumbre y miedo. Las personas fuera de su edificio trataban de marcar por teléfono y no obtenían respuesta alguna. La radio siempre se mantuvo fiel, pero ahora también las nuevas redes sociales de comunicación eran las únicas que se encontraban de pie. Atravesar las calles era toda una odisea, una selva de gente desesperada intentando acelerar para llegar pronto a verificar que sus seres amados se encontraban bien, era lo que te impedía continuar con el camino. Bardas derrumbadas, personas llorando y otras tantas pidiendo que dejasen salir a sus hijos de las escuelas te apachurraban el corazón.
La Nopalera, Yautepec. Foto: Ricardo Carrillo
Si tenías la oportunidad después de algunas horas de comunicarte con tus familiares y saber que se encontraban vivos, ya era al menos un juego ganado contra la naturaleza y tú. Algunos otros jugadores no tuvieron la dicha de festejar, ni siquiera tuvieron el tiempo, incluso perdimos a algunos en el juego. Eran las 2 de la tarde y ya se comenzaban a registrar muertos, desaparecidos y lesionados. Las cifras se multiplicaban de manera inmediata.
El recorrido para llegar a cualquier destino era devastador: Iglesias lesionadas, campanas que usualmente se miran al levantar la vista en ese momento se veían a tus pies. Escuelas fracturadas, casas derrumbadas, hospitales, bibliotecas; recuerdos rotos fueron lo que arrastró esta sacudida, se los llevó sin permiso alguno y sin un aviso, en menos de tres minutos algunas personas ya no contaban con dónde dormir, qué vestir e incluso otras tantas se quedaron sin despedirse de hijos, hermanos, esposos o amigos que quedaron enterrados entre la devastación.
La Nopalera, Yautepec. Foto: Ricardo Carrillo
Pero el corazón de los jóvenes no tardó en aparecer, surgían de cualquier rincón del estado mexicano e incluso de otros países. Se sacudió tan pronto que no dio tiempo ni siquiera de asimilar la situación; todo se dio de manera inmediata e innata, lo que antes se pensaba una debilidad entre las nuevas generaciones por la rapidez con la que llevan su vida, ese día se convirtió en fortaleza. Los jóvenes estaban organizados a su manera, de tal forma que había una casa derrumbada pero también había gente ayudando a rescatar personas. Había heridos saliendo de entre los escombros pero también había paramédicos. Existían escuelas y hospitales desechos, pero también existían brigadas de apoyo. Si no había tractores había cien jóvenes disponibles a cargar escombro. Se acababa la comida en un albergue, pero detrás de la cocina había más personas cocinando. Los jóvenes se multiplicaron y los médicos, ingenieros, arquitectos, enfermeros y toda una gama de profesiones se repartían en cada rincón que se necesitara. Las manos sobraban al momento de ayudar.
Las brigadas de apoyo en los rincones afectados de Morelos no se hizo esperar, como en Yautepec. Inmediatamente grupos de jóvenes comenzaron a realizar sus brigadas de apoyo en donde, a pesar de las dificultades que se sufrieron en las casas propias, se alejaban un momento de su familia y se dirigían a las zonas más vulnerables del municipio, como la colonia ‘La Nopalera’, en donde la mayoría de las casas estaban destruidas o a punto de derrumbarse. Las familias afectadas se encontraban afuera cuidando con la simple vista sus pertenencias, lloraban por haber perdido todo lo que les quedaba; casas llenas con recuerdos que en menos de tres minutos se convirtieron en simples escombros de adobe. Sin embargo, la gente aledaña al poblado comenzó a llegar grupos con comida, con primeros auxilios, incluso ya se veían a los jóvenes recogiendo escombros.
Habían pasado horas del terremoto y ya se contaba con esperanza. Una esperanza que no ha dormido, una voluntad que no necesita descansar y una empatía en la cual da gusto participar. Pasaban los días y se hacía el recuento de las personas y mascotas rescatadas, las redes sociales fueron nuestra base de datos y las antiguas estructuras de comunicación perdieron su credibilidad por completo, al igual que aquellos gobernantes que antes del terremoto creían que tenían en circo al pueblo. Hoy esos “imperios” quedaron derrumbados y en escombros morales.
Foto: Desconocido Fuente: @AlexLeonnn
A 7.1 grados en la escala Richter fue el bombeo de sangre que surgió desde la tierra hasta el corazón de cada uno de los mexicanos. Desgraciadamente algunos no lograron escapar de este movimiento que nos trajo la madre naturaleza para despertar una consciencia que ya hace 32 años, comenzaba a apagarse. A todos aquellos que se fueron sin decirnos un adiós les queremos decir que por ustedes seguiremos luchando, que ahora más que nunca México se encuentra unido y no necesita de malos gobiernos, de malos medios de comunicación añejos y que ahora, después de haber sentido la sangre de México en el corazón, jamás nos soltaremos.