Por medio de delicadeza, feminidad y una voz deslumbrante, Carolina Blanco construye estructuras sonoras que resaltan su expresividad. A su corta edad, ha logrado concretar sus ideas en un proyecto musical emocionante, original, cargado de sentido en sus melodías y letras, logrando así, la conceptualización de sus sentimientos a través de melodías dulces y un lenguaje corporal que siempre busca revelar el camino del alma.
Carolina Blanco vive y respira arte. No se limita a la música o a desarrollar su voz, también baila y actúa. Su talento sumado a su intuición han sido piezas claves en el curso de su desarrollo artístico. Se ha inspirado en las músicas del mundo y trata de plasmar su visión del sonido en su propia música.
Es una cantante llena de letras simbólicas y metafóricas, interesada en explorar sentimientos y experiencias y en crearse un lugar original en el mundo musical. Lo suyo no es el reggaetón o el rock, sino un pop introspectivo que utiliza para explorar y compartir sus sentires.
La canción está acompañada de un videoclip minimalista y elegante en donde varios personajes arquetípicos gestualizan en cámara lenta mientras parecieran caer o volar frente a un fondo blanco. Estos personajes representan la generación de Carolina: jóvenes millenials o de la generación Z que cifran su identidad en la manera de vestir y moverse, que desdibujan los roles de género y exploran sus emociones y experiencias mediante letras simbólicas y evocativas.
Los momentos ideales para escuchar su música son los que guíen el alma, los que producen tristeza o felicidad en un sentimiento íntimo de conexión que cada quien siente con las historias y sonidos de Carolina Blanco.