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Tecnología

La Indepencencia del Ciberespacio

La Indepencencia del Ciberespacio

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La última década del siglo XX trajo importantes cambios en internet, se alteraron profundamente las ideas que habían nutrido hasta ese entonces el desarrollo de la misma.

Tres aspectos se pueden identificar como claves y que trastocarían en esos años el imaginario de los usuarios de internet (1). Por un lado, a principios de la última década del siglo XX nació la Web, que fue el punto de partida para que poco después empezaran a surgir los navegadores gráficos como Mosaic y Netscape, que impulsaron la masificación de internet a escala mundial. En segundo lugar, en 1995 la National Science Foundation dejó de subsidiar los dominios, excepto los .edu y .gov, retirándose el gobierno estadunidense del desarrollo de internet y que su caminar fuera determinado por las leyes del mercado. Por último, en 1998 el Departamento de Comercio de Estados Unidos creó la ICANN, como una estructura sin fines de lucro para gestionar el manejo del sistema de nombre de dominio (DNS), reflejando que la autorregulación y el acuerdo para gestionar internet ya era muy complicado.

La masificación de internet trajo consigo el litigio por los nombres de dominio, que la red fuera considerada un enorme centro comercial en donde estaban a la orden del día las disputas por los nombres y las marcas, la presión de los gobiernos por querer participar en la gestión de internet y las consideraciones de que el ciberespacio era la dimensión en donde se desplegaba la nueva economía.

Es en ese contexto de cambios concretados y de otros que se veían venir, es como puede entenderse que en 1996 John Perry Barlow diera a conocer la “Declaración de independencia del ciberespacio” (2), un alegato libertario, que con sus dosis poéticas manifestaba no sólo lo que la mitología internet había sido hasta ese entonces, sino el lugar que ocupaba la red en el imaginario de los adeptos incondicionales a la misma. La Declaración (3) era al fin de cuentas la expresión del cambio que sufría internet, de que el “hágalo usted mismo” en el terreno de la política o el autogobierno del ciberespacio se resquebrajaba. Algunos párrafos de esa declaración sintetizan lo que según Barlow estaba en juego, y el valor que tenía la red para la contracultura:

 

Gobiernos del Mundo Industrial, gigantes fatigados de carne y acero, yo vengo del ciberespacio, el nuevo hogar de la mente. En nombre del futuro, les pido, a ustedes que son del pasado, que nos dejen en paz. Ustedes no son bienvenidos entre nosotros. Ustedes no tienen ninguna soberanía en el lugar donde nosotros nos reunimos.

No hemos elegido ningún gobierno, ni pretendemos tenerlo, así que me dirijo a ustedes sin más autoridad que aquélla con la que la libertad siempre habla. Declaro el espacio social global que estamos construyendo independiente por naturaleza de las tiranías que están buscando imponernos. No tienen ningún derecho moral a gobernarnos ni poseen métodos para hacernos cumplir su ley que debamos temer verdaderamente.

El ciberespacio está formado por transacciones, relaciones, y pensamiento en sí mismo, que se extiende como una quieta ola en la telaraña de nuestras comunicaciones. Nuestro mundo está a la vez en todas partes y en ninguna parte, pero no está donde viven los cuerpos.

Sus conceptos legales sobre propiedad, expresión, identidad, movimiento y contexto no se aplican a nosotros. Se basan en la materia. Aquí no hay materia.

 

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Barlow abrevia en la Declaración el ideario de la contracultura digital al considerarla como una dimensión sin Estado y sin gobierno, autorregulada por el acuerdo y la misma tecnología que permitían una expresión sin taxativas, sin mediación alguna o filtros de por medio. Para Barlow el ciberespacio no sólo es la vía para dar vida a una sociedad sin Estado (paradójicamente algo muy cercano a lo que quería Carlos Marx), y dibuja nítidamente las fronteras entre el adentro (la zona para el experimento y que da vida a formas alternativas de hacer vida en común) y el afuera (el terreno de la regulación derivada de leyes salvajes y normas caducas).

La Declaración quedaría en la historia de internet como uno de los alegatos más intensos y genuinos lanzados “desde las entrañas” del ciberespacio, Barlow quería reflejar el sentir político de los usuarios pioneros de internet, pero no surtió efecto movilizador entre los millones de nuevos usuarios. Sin embargo, la Declaración serviría a su creador para que se abocara, con un intenso y loable trabajo de por medio, a luchar en favor de las libertades en el ciberespacio que se concretaría con la fundación de la Electronic Frontier Foundation (EFF). Paralelo a la conformación de esa fundación se daba un imparable crecimiento de la demografía de internet.

Lo que Barlow proponía en su declaración era acabar con las soberanías estatales, que datan del siglo XVII. Como se sabe, el 15 de mayo y 24 de octubre de 1648 se reunieron en las ciudades de Münster y Osnabrück cientos de diplomáticos y príncipes. Fue una especie de cónclave para firmar una serie de tratados que a la postre fueron la base de nuestro mundo moderno. Gracias a esos acuerdos se dio vida a la soberanía territorial y la consolidación de los estados-nación identificados y separados por precisas fronteras. Hasta buena parte de la segunda mitad del siglo XX la soberanía westfaliana (4) fue el principio regulador de las sociedades; después que lo imperios pasaron a mejor vida, surgieron las naciones que retomaron esos tratados y los estados establecieron en sus territorios monopolios nacionales en materia de información, de recursos naturales, impusieron normativas para implementar el comercio, controlar sus zonas marítimas, el espacio aéreo, la circulación de dinero y el tráfico de personas extranjeras en sus territorios.

Ese control territorial fue severamente trastocado en los años setenta del siglo pasado cuando se creó internet, que fue una tecnología perturbadora para los diversos gobiernos, porque con la implementación del protocolo TCP/IP, y otros más, no se respetaban los criterios westfalianos y permitía a las computadoras/usuarios intercambiar datos a través de una red electrónica que franqueaba sin impedimento alguno fronteras. (5) Además, se enviaban mensajes y archivos a escala internacional pero sin estar amparados en algún tipo de convenio o acuerdo internacional. De esa manera, Perry Barlow fue de los primeros habitantes del ciberespacio, y como ha sucedido a lo largo de la historia con la conquista de nuevo territorios se le ocurrió declararlo independiente de los estados. Era un rechazo tajante de las normativas imperantes en el mundo fuera de la red. Para Barlow internet era una oportunidad para desbaratar el “artificio” concretado en el siglo XVII por reyes y diplomáticos de tener la dominación en sus territorios, él reclamaba que la soberanía de los estados no podía alcanzar al ciberespacio. Sin embargo, a pesar de que tuvo precario efecto en movilizar a los usuarios de internet, algo de sus ideas subsisten en el presente.

La red ha sido siempre agnóstica e interpreta la censura como un daño o anomalía. A diferencia de cualquier otro recurso global surgido en la historia, internet escapó de inmediato, gracias a su diseño, a la regulación estatal. Desde el principio fue dirigida por los mismos usuarios, por voluntarios y grupos de la sociedad civil (integrada por científicos, ingenieros, hackers, nerds y entusiastas). Pero con el correr del tiempo esa zona sin geografía también fue aprovechada por diversos sectores, entre ellos destacadamente por algunas empresas que basaron su modelo de negocio en el ciberespacio.

 

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En respuesta a esto, los gobiernos de todo el mundo empezaron a manifestar su deseo de controlar internet en sus territorios, que la red pudiera ser gestionada a nivel nacional y tratar de imponer en la Web una soberanía westfaliana. Esto no es nuevo, ya que China, por ejemplo, estableció su gran muralla digital que, prácticamente, nació en el mismo momento en que dicha nación se conectó a internet. Sin embargo, la tendencia actual, entre los países democráticos, es adoptar diversas políticas que tienen el interés de frenar el apetito empresarial de los nuevos poderes fácticos globales, de evitar que las empresas de las nuevas tecnologías evadan el pago de impuestos, pero también impulsar normatividades que en nombre de la seguridad, o la protección de los infantes, terminan por establecer mecanismos de vigilancia en el ciberespacio. En otros casos se supervisa la red para favorecer a determinadas industrias culturales e impedir el intercambio o descarga de archivos protegidos por derechos de autor.

Pero cuando una dimensión como la red se controla o supervisa, la cultura de la privacidad, el anonimato y la libertad de expresión inevitablemente entran en conflicto con los protocolos de seguridad y soberanía. Pero también cuando todo se deja en manos del libre mercado es aprovechado por las empresas como Google, Apple, Facebook, Twitter y otras para violentar la privacidad de las personas y los derechos de los consumidores. Hoy las discusiones sobre la seguridad en línea incluyen no sólo a los gobiernos, que pueden atentar contra las libertades individuales, sino a las mismas empresas que vulneran la intimidad de los usuarios en el afán de incrementar sus ingresos. Hay que reconocer que en esos debates hay ecos de la Declaración que fue un intento de conservar a internet como una dimensión igualitaria, de pleno autogobierno, alejada de la vigilancia y el espionaje.

 

REFERENCIAS

(1) Ver por ejemplo a Patrice Flichy. L’imaginaire d’Internet, Op. cit.
(2) La Declaración completa puede ser vista en http://goo.gl/TBQVe.
(3) De hecho antes que Barlow lanzara su alegato de independencia, Communitree había desarrollado la idea de que las comunidades virtuales eran una dimensión que daría vida a transformaciones radicales en la sociedad y harían emerger nuevas formas sociales. Para Communitree la sociedad civil debía de apropiarse del espacio gubernamental que era acaparado por un Estado todopoderoso, para lo cual establecieron que primeramente debían de darse un cierto número de derechos básicos para los usuarios, con el fin de proteger su libertad de expresión e intervención social. Serge Proulx y Guillaume Latzko-Toth. «La virtualité comme catégorie pour penser le social: L´usage de la notion de communauté virtuelle», Sociologie et Sociétés, vol 32, núm 2, París, 2000, http://goo.gl/e0zSk.
(4) Stephen D. Krasner. Soberanía, hipocresía organizada, Paidós, México, 2001.
(5) Antulio Sánchez. Territorios virtuales. De internet hacia un nuevo concepto de la simulación, Taurus, México, 1997.

Antulio Sánchez
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Antulio Sánchez

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